Sagardoaren lurraldea

44 cosas que hay que hacer en el País Vasco una vez en la vida

Descripción

Turismo / País Vasco / Bilbao / Donostia / sidrería / menú de sidrería / cultura / gastronomía / historia / ocio

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Ficha

  • Autor: JAVIER ZORI DEL AMO
  • Fuente: traveler.es
  • Fecha: 2014-06-12
  • Clasificación: 6.7. Pueblos
  • Tipo documento: Prensa
  • Fondo: Sagardoetxea fondoa
  • »
  • Código: NA-005729

Texto completo

Toda una vida. El País Vasco se merece eso y mucho más por su compleja idiosincrasia y su variedad geográfica y demográfica. De este batiburrillo sale un carácter muy especial y una forma de entender la vida y la gastronomía que ha embelesado a medio planeta. Pero más allá de la cuchara, las lluvias y el pintxo, Vizcaya, Guipúzcoa y Álava ponen unos deberes asequibles y gozosos ante los que no merece la pena hacerse el duro. 1. Llegar a Bilbao con la cesta de mimbre en la mano y la txapela en la cabeza (literal o metafórica, como ustedes vean) y quedarse mirando absorto al Guggenheim como su fuera un extraterrestre o una lata de espárragos descomunal. Llamar al pueblo para comentarlo. 2. Continuar en ese estado de shock mientras se circunvala la creación de Gehry Corbis San Sebastián, uno de nuestros destinos preferidos Puppy, de Jeff Koons, en la entrada al Guggenheim Columnas de la Alhóndiga si uno está dispuesto a empaparse y absorber. Corbis 3. Jugar como un niño en el baile de columnas eclécticas de la Alhóndiga. 4. Cruzar el Nervión para ir a Deusto, decirle Kaixo al alcalde, disfrutar –sin prejuiciosdel Zubizuri de Calatrava y descifrar el extraño paisaje que dibuja el edificio Iberdrola y el Euskalduna. 5. Pintxo-potear a horas prudenciales por Diputación, Albia y Ledesma como un caballero o por el Casco Viejo como un villano. Francisco Berreteaga 6. Hacer una previa futbolera por esa espina dorsal dominguera que es Licenciado Pozas. Seguir la riada rojiblanca para colarse en la nueva Catedral, en esa bombonera brillante por su fútbol, abrigada y estremecedora: San Mamés. 7. Regresar al siglo XIX esperando a que llegue el transbordador del puente colgante de Portugalete y, sin embargo, admirar este prodigio de la tecnología vizcaína que hoy sigue siendo de gran utilidad. 8. Pasear una y mil veces a la orilla del mar por Getxo dejando atrás el idílico y retorcido Puerto Viejo para encontrarse con esas villas de veraneo historicistas, ampulosas y elegantes. Soñar con pasar los veranos allí obviando las lluvias. 9. Nadar, junto a niños rubios, por esas calas angostas y vírgenes que salpican Sopelana y Plentzia. 10. Bajar, subir, volver a bajar escalones y desafiar al Cantábrico más impredecible mientras se alcanza ese Mont Saint-Michel con apellido vasco: San Juan de Gaztelugatxe. 11. Enlatar Bermeo en la despensa de los sentidos visitando su alegre puerto, sus tascas marineras y sus fábricas de conservas. Gonzalo Azumendi 12. Coger la ola de Mundaka. Ser realista al noveno intento. Dejar el desafío de la única ola de izquierdas de Europa y darse a los placeres rurales y cotidianos de uno de los pueblos costeros con más encanto de Euskadi. 13. Motrar sus respetos al árbol de Gernika. 14. Aventurarse por la reserva de la Biosfera de Urdaibai para acabar encontrando una bodega de txacolí, unas vistazas muy a lo fiordo noruego o un bosque de lo más 16. Bañarse en el turquesa de las aguas de Lekeitio antes de darse un garbeo cultural entre basílicas potentes y palacios de la nobleza. 17. Tomarse un Txakoli sin ningún pretexto en cualquier lugar. 18. Llamar a la puerta de la ermita de San Telmo en Zumaia. Lo de casarse con un sevillano o una guipuzcoana ya es demasiado peliculero. 19. Saludar al meteorito que extinguió a los dinosaurios en la cala de Algorri. 20. Nadar por la entrañable playa de Zarautz con la esperanza y recompensa de una comilona rica, rica. Comprobar que el plató exterior de Karlos Arguiñano no es un decorado. 21. Sobrevivir a un menú de sidrería. 22. Hollar el Monte Igueldo para gozarlo como un chaval montando en sus oxidadas atracciones. Dejar el algodón de azúcar a un lado para asomarse a la Concha y contemplar una ciudad, San Sebastián, que dialoga con la naturaleza como ninguna. 23. Pasear la playa urbana más perfecta del mundo a lo largo de todos sus tramos. Sentirse un privilegiado a cada paso y acabar desafiando a los géiseres artificiales del Peine de los vientos. Thinkstockphotos 24. Jugar –cuando las autoridades lo permiten- con las gigantescas olas que azotan sin piedad el Paseo Nuevo. 25. Marcarse un tour por la Donostia de los grandes acontecimientos ojeando el Kursaal, tomando un café en el Hotel María Cristina o escuchando jazz en el Victoria Eugenia. 26. Comprobar a mordiscos por qué estamos en la capital del Pintxo yendo de tasca en tasca, de delicia en delicia, de taburete en taburete por la parte vieja, encontrando de paso alguna joyita monumental como el Museo de San Telmo, las iglesias de San Vicente y Santa María o la plaza de la Constitución. 27. Honrar la única Bandera de la Concha que conserva la ciudad escarbando en el Club Deportivo Esperanza. Chocar con la cara más marítima de la ciudad deambulando por el puerto mientras se alucina con su anacronismo y su encanto viejuno. 28. Intentar colarte en una sociedad gastronómica. 29. Relamer su sublimación en alguno de los restaurantes más estrellados de Euskadi: 30. Terracear debajo de los balcones coloridos de madera de las casas de Fuenterrabía. Acabar absorto mirando su diversidad cromática. 31. Buscar los sabores más intensos y puros en Tolosa, ya sea en forma de judiones, guindillas o bombones. Acabar curioseando en su coqueto mercado. 32. Recompensar el ansia quesera surcando los valles verdes del Idiazábal completando un Gastro Rally en condiciones. 33. Convertirse a la fe del arte contemporáneo visitando el inexplicable Santuario de Aránzazu, donde espera la obra de Sáenz de Oiza, Oteiza o Chillida. 34. Darle ‘me gusta’ al barroco en el santuario de Loyola. 35. Sentirse como un jubilado visitando atónico las obras de restauración de la catedral vieja de Santa María en Vitoria. 36. Callejear por el casco viejo de la capital alavesa yendo desde los restos más medievales a las intervenciones de street art más simpáticas y actuales. 37. Beberse Laguardia, esa metrópolis del vino viejita y adorable. Bucear por sus calados más divertidos, los de la bodega el Fabulista, los de la enoteca entreviñas y olivos, los de Hospedería los Parajes y los de Casa Primicia, la bodega más antigua del Planeta. 38. Perder unos minutos admirando el pórtico policromado de su iglesia de Santa María de los Reyes. 39. Acariciar los viñedos que acolchan el camino entre Laguardia y Lapuebla. Llegar a este pueblo, en los confines meridionales del País Vasco, y asomarse a su impresionante balcón sobre el Ebro. 40. Disfrutar del contraste de barrica y aluminio por bodegas contemporáneas como Eguren Ugarte, Ysios, Viña Real o Baigorri. 41. Compensar la sobredosis de ciencia ficción con las direcciones enoturísticas de siempre. 42. Dar los buenos días al Marqués de Riscal impresionándose con el magnífico hotel de Gehry y contemplándolo desde la iglesia de San Andrés de Elciego. Y de paso, hacer una visita a este magnífico templo. 43. Recordar los buenos tiempos de Labastida, el de sus grandes iglesias y palacios renacentistas. 44. Acabar diciendo ‘Agur’ con acento y orgullo (y un poco de pena).