Astigarraga recuperó su independencia tras haber pertenecido a San Sebastián de 1941 a 1987
Descripción
Creada en 1382, y tras un largo historial de amistad con sus vecinos, se fundó el año 1660 como Noble y Leal Villa
Ficha
- Autor: Javier Sada
- Fuente: El Diario Vasco
- Fecha: 2023-04-14
- Clasificación: 6.1. Historia
- Tipo documento: Prensa
- Fondo: Sagardoetxea fondoa »
- Código: NA-015729
Texto completo
Tal día como el de hoy, 9 de abril de 1987, Diputación y Juntas Generales de Gipuzkoa ratificaron el resultado del referéndum popular celebrado en Astigarraga el 30 de diciembre de 1984, en el que, por mayoría de su vecindario, se acordó la desanexión de San Sebastián, ciudad a la que, como barrio, venía perteneciendo desde 1941.
Cuatro décadas de unión, que, aunque intensos, apenas son un breve suspiro en el largo periodo que contempla la historia de Astigarraga desde que, allá por 1382, sus vecinos firmaron un convenio con el Señor Feudal de la Villa, prestándole sus servicios a cambio de protección. Casi tres siglos más tarde, tras distintas vicisitudes y tratados a amistad con Hernani y la Alcaldía Mayor de Aiztondo, a la que perteneció bajo la denominación de 'Tierra y Universidad', en 1660 obtuvo su autonomía como Noble y Leal Villa.
Paso de peregrinos, ya indicado por la concha que se contempla en su escudo, y encrucijada de calzadas del antiguo Camino Real, no es 'La Calle de la Memoria' marco para recordar la historia de su palacio de Murgia, el consistorio en terrenos de la Casa de Atabo, la ermita de Santiago o su parroquia de Santa María de Murgia, pero sí para una breve recopilación de escritos en los que algunos cronistas expusieron sus opiniones.
Paso de peregrinos, ubicada en el Camino Real, sus ventas eran parada obligada de diligencias, arrieros y caminantes
Francisco López Alen, firmando 'Mendiz-Mendi', escribía sobre Astigarraga, a principios del XX, que «constituye la Villa un montoncito de casas en gracioso desorden, en el que destaca el palacio Murguía y la iglesia que se eleva rompiendo la igualdad de líneas que forman el conjunto de viviendas».
La modernidad y la antigüedad, decía, contrastan sin desmerecer su historia, adquiriendo el valor que proporciona el progreso, «como el nuevo tranvía eléctrico que se enseñorea ante los desvencijados sillares de las casas solariegas», aunque, antes de que llegara el ferrocarril, la Villa ya era lugar de mucho tránsito de diligencias, arrieros y caminantes, con obligadas paradas en sus renombradas ventas.
Porque tanto ayer como hoy, es un clásico citar la sidra cuando se trata de Astigarraga como «lo atestiguan, escribía, la merecida fama de los tolares o lagares de los caseríos Chalaka, Lombresa, Gurutzeta, Gaztañaga, Errecalde, Tabla, Juangitenia, Illegorri…».
Corría la primavera de 1918 cuando el duque de Westminster, aprovechando un permiso militar, visitó San Sebastián, abandonando, durante una tregua, las trincheras en las que militaba durante la Gran Guerra. Almorzando en el Gran Casino pidió la lista de vinos y le ofrecieron varias clases de Burdeos, pero el duque insistió en que quería «sider».
«Du sidre» repetía sin que le entendieran, hasta que, pasados unos minutos, le llevaron botellas de 'El Gaitero', 'El Miquelete', 'Michelena' y otras marcas que había en la bien surtida bodega, pero el inglés repetía que quería «sidra del país».
Gabriel Laffitte, cronista que firmaba como 'Gil Baré', complementa el relato diciendo que «casualmente, quien regentaba el restaurante, había adquirido unos días antes sidra de Astigarraga y al servirle… de la blanca botella salió el dorado líquido burbujeando para llenar las copas, mereciendo la aprobación de los comensales que no consumieron otra bebida en el almuerzo».
Al día siguiente se enviaron cien botellas a la residencia del inglés en Londres y 'Gil Baré' termina escribiendo que: «La sidra excelente que se produce en nuestra tierra no se consume solo en Gaztelupe, Ollagorra o Cañoyetan, también triunfa en las mesas aristocráticas y en los restaurantes de moda».