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Mujeres en el mundo sidrero: Ana Beroiz y Fagola (3/4)

Descripción

Lourdes Odriozola, Doctora en Historia Ana Beroiz y Fagola es la tercera de las mujeres dedicadas al negocio de la sidra cuya vida vamos a repasar en esta serie de cuatro artículos.

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Ficha

  • Autor: Lourdes Odriozola
  • Fuente: Elkano Fundazioa
  • Fecha: 2021-04-07
  • Clasificación: 2.1. Sidra
  • Tipo documento: Blogs
  • Fondo: Sagardoetxea fondoa
  • »
  • Código: NA-015613

Texto completo

Ana Beroiz y Fagola es la tercera de las mujeres dedicadas al negocio de la sidra cuya vida vamos a repasar en esta serie de cuatro artículos. Su historia transcurre también en el siglo XVII y en Donostia pero, esta vez, en el ámbito rural y en un momento en el que el que el cultivo del maíz había desplazado al manzano y en el que la producción de sidra comenzaba a vivir uno sus peores momentos. De nuevo, encontramos a una mujer que desafió a los cánones de la época, abandonando a un marido maltratador y obteniendo de la justicia una sentencia muy favorable a sus intereses.

Ana Beroiz era una donostiarra de clase media que en 1683 se casó con Miguel Maíz, asimismo donostiarra. Los cónyuges se pusieron a vivir en la casa solar Fagola de arriba, sita en la jurisdicción de Donostia, propiedad de la protagonista de esta historia y de su hermano Jacinto, por herencia de sus padres e hipotecada en 450 ducados. El esposo por su parte, contribuyó al matrimonio con algo de dinero procedente de una botica y, tal y como era costumbre en esta época, pasó a ser el administrador de todos los bienes de su mujer. Parece ser que fue éste un matrimonio de conveniencia al que accedió Ana Beroiz para saldar, cuando menos en parte, las deudas que había heredado de sus padres y así poder conservar su patrimonio en el tronco familiar.

No fue Miguel Maíz un buen marido. Hombre de mal talante, violento y agresivo, maltrató continuamente a su esposa de “obra y de palabra”, acusándole de judía luterana y de bruja, amenazándole de muerte y golpeándola en más de una ocasión. Con el paso del tiempo, las agresiones fueron a más y la consorte incluso llegó a tener miedo a morir envenenada. Un día del año 1691 Ana de Beroiz tomó la determinación de abandonar el hogar conyugal.

Tras abandonar a su marido, que la maltrataba, Ana buscó un abogado y sacó de su casa dos cubas de sidra que le permitieran hacer frente a sus deudas

En una sociedad basada en una concepción patriarcal de matrimonio, en la que supeditación de la mujer al marido subrayaban el sentimiento de propiedad del esposo y en la que lo prioritario era proteger las buenas costumbres y la moral, muy pocas mujeres se atrevieron a dar este transcendental paso. La ocultación de la violencia de género era una forma proteger la honestidad femenina y el honor masculino, dos de los pilares de la moralidad en esta época. La decisión de Ana Beroiz enfadó mucho a su marido y no se quedó de brazos cruzados. Acusó a su esposa de rebelde y la demandó en el Tribunal Eclesiástico de Pamplona para obligarla a regresar con él e incluso intentó llevar su caso al de la Inquisición bajo la acusación de ser una bruja.

Ana Beroiz no se amedrentó ante semejante imputación, sino todo lo contrario. Buscó un abogado –cosa que no era nada fácil– para que le defendiera, exponer la verdad de los hechos y solicitar el “dibercio”. En esta época, el divorcio era entendido como la disolución de la comunidad de bienes conyugal; únicamente era contemplado por la Justicia cuando estaba probado el maltrato físico y que la vida de la víctima corría peligro. A priori, Ana todo lo tenía en su contra porque la violencia dentro del matrimonio estaba justificaba, al tener el marido derecho a corregir a su mujer “dentro de una medida”.

Mientras llegaba el auto del Tribunal Eclesiástico de Pamplona, Ana Beroiz dejó de lado su miedo y sacó de su casa de Fagola, sin la autorización de su marido, dos cubas de sidra para venderlas en el mercado y con el dinero obtenido, poder sustentarse y pagar las deudas de sus propiedades. Ello le valió una nueva demanda, esta vez, ante el Corregidor de Gipuzkoa, en segunda instancia. El Magistrado dispuso que el capital obtenido por la demandada con la cuba de sidra que vendió a Agustina Ugarte tenía que ser repartido a partes iguales entre ella y el demandante.

Parece ser que Ana obtuvo el “dibercio” del Tribunal Eclesiástico puesto que, en el mes de diciembre de 1691, aprovechando la ausencia de Miguel de Maíz del caserío de Fagola, sacó de él todo el ajuar doméstico, las camas y demás muebles, la ropa y varias cubas de sidra con casi 45 cargas.

Ana no solo logro el "dibercio" sino también, a pesar de las reiteradas denuncias de su marido, un fallo quepudo haber marcado jurisprudencia en su época

La donostiarra vendió la sidra a diferentes particulares y su marido le interpuso una nueva denuncia ante el Corregidor. Alegó que él era el legítimo administrador del caserío Fagola y que se hallaba “pobre de solemnidad” por no tener ni una cama en donde poder dormir ni disponer de menaje alguno en la casa. El Juez antes de dictar sentencia, llamó a declarar a Ana Beroiz y citó a los testigos de las partes en la plaza pública de Donostia el 14 de febrero de 1692. Valorados los testimonios y prueba aportadas en el proceso, Juan Torres falló que la mitad de la renta y usufructo del caserío Fagola pertenecía a Miguel Maíz y le autorizaba a vender la mitad de la cuba de sidra que su mujer había llevado al caserío Iturriandia. Asimismo, le concedió la potestad de poder disfrutar de la mitad del vivero de manzanos que el demandante había plantado en la huerta del caserío de su mujer. Es decir, en adelante, el usufructo del caserío y todas las rentas obtenidas en él tendrían que ser repartidas a partes iguales entre Miguel y su víctima.

A tenor del desenlace que tuvieron tan lamentables sucesos, Ana Beroiz obtuvo una sentencia muy favorable a sus intereses. Por una parte, porque no fue obligada a volver a hogar conyugal y por otra, porque Miguel Maíz dejo de ser el administrador de la totalidad de sus bienes. No sería aventurado afirmar que este fallo pudo haber marcado jurisprudencia en su época.

Fuente: Exposición “Emakume ekintzaileak sagardogintzan” organizada por Sagardoetxea Museoa

Ilustraciones: Jokin Mitxelena

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