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Artículo "La mujer de Guipúzcoa"

Descripción

Dificultad de definir á la mujer.—II Necesidad de acudir al estudio histórico de la raza.—III Carácter moral de la raza vascongada ó euskara.—Sus cualidades tipicas.—Duracion maravillosa de su lengua.—IV Cualidad etnológica preponderante: la consistencia de ideas, de propósitos y de afectos.—San Ignacio.—Sebastian de Elcano.—La Monja Alférez.—Una bruja.—V Originalidad nativa, moral y física de la guipuzcoana.—Su espíritu moral.—Su belleza.—VI La guipuzcoana en situaciones especiales.—En el caserío.—Toma parte en las faenas de los hombres.—Danzas populares.—Valle patriarcal.— Laboriosidad, cordura, imperio moral de la campesina.—Romerias. VII La aldeana en la ciudad.—VIII La dama guipuzcoana en el baile y en el teatro.—IX Reflexiones generales sobre la guipuzcoana

mujer etnografía sociedad historia cultura

Ficha

  • Autor: Marqués de Valmar
  • Fecha: 1880
  • Clasificación: 6.0. Cultura
  • Tipo documento: Documentos de la actualidad
  • Fondo: Sagardoetxea fondoa
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  • Código: DO-000820

Texto completo

LA MUJER DE GUIPUZCOA.
I Dificultad de definir á la mujer.—II Necesidad de acudir al estudio histórico
de la raza.—III Carácter moral de la raza vascongada ó euskara.—Sus cualidades
tipicas.—Duracion maravillosa de su lengua.—IV Cualidad etnológica
preponderante: la consistencia de ideas, de propósitos y de afectos.—San
Ignacio.—Sebastian de Elcano.—La Monja Alférez.—Una bruja.—V Originalidad
nativa, moral y física de la guipuzcoana.—Su espíritu moral.—Su
belleza.—VI La guipuzcoana en situaciones especiales.—En el caserío.—Toma
parte en las faenas de los hombres.—Danzas populares.—Valle patriarcal.—
Laboriosidad, cordura, imperio moral de la campesina.—Romerias.
VII La aldeana en la ciudad.—VIII La dama guipuzcoana en el baile y en el
teatro.—IX Reflexiones generales sobre la guipuzcoana.
I
Se ha dicho siempre con razon que el hombre no alcanza nunca á
comprenderse á sí mismo. Los ideólogos que intentan definir, analizar,
explicar los misterios del entendimiento y de la conciencia, no
hacen mas que imaginar sistemas, que llenan á los humildes de amargas
confusiones, y á los racionalistas temerarios de impía soberbia y
de mal cimentado orgullo.
Y si es indudable que el hombre es un arcano para el hombre, es
esta verdad todavía más patente cuando se aplica á la más hermosa y
delicada mitad del linaje humano. ¿Quién puede blasonar de haber
comprendido y analizado el corazon y la fantasía de las mujeres? Ellas,
entre sí, se comprenden á veces, y sólo hasta cierto punto, pues hay
quien afirma que nunca, ni aún para ellas mismas, levantan por completo
el velo del alma, y que guardan constantemente escondido en
el fondo del corazon, como una flor ó una sierpe emboscada, ya un
noble sentimiento; ya un dañino impulso. Los hombres, aun aquellos
que más se precian de advertidos; no llegan jamás á entenderlas. Por
eso sin duda, hasta los sábios, los filósofos y los legisladores las han
EUSKAL-ERRIA 12.
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juzgado en todos tiempos con maravillosa diversidad de concepto, extremando
sus perfecciones ó sus defectos, segun el trato que de ellas
han recibido, ó segun las preocupaciones morales y religiosas reinantes
en sus épocas respectivas.
Una copiosa biblioteca podría formarse con los libros escritos, ora
en alabanza, ora en oprobio, ora en defensa de las mujeres. Loores,
imprecaciones, diatribas, arrobamientos poéticos, lucubraciones fisiológicas,
todas las formas del exámen, del aplauso y del vituperio andan
confundidas en esta, singular literatura, que no adelanta un paso, y
que deja ahora al mundo tan á oscuras como estuvo siempre, con respecto
á la misteriosa esencia de la mujer. Las contradicciones en esta
materia serán eternas, como en todo aquello que no es dable comprender
ni explicar. La antigüedad pagana juzgaba, por una parte, á
la mujer dotada de inspiracion divina, y la convertía en sibila; por
otra, hacía de ella una esclava, exclusivamente relegada á los quehaceres
prosáicos del hogar. Entre los romanos, que no sabían amar con
delicadeza y gallardía, la mujer llegó á ser mirada con cierta aversion,
como un estorbo en la vida del hombre. El Censor Metelo Numidio,
llevando el vértigo político hasta el desvarío, se atrevió á deplorar
gravemente, ante el pueblo, que la naturaleza haya hecho indispensable
al hombre, para la existencia de la especie humana, un
ser «tan importuno como la mujer». Salomon, movido por impulsos
íntimos, muy diferentes, decía: que nada habia encontrado en la tierra
tan amargo como la mujer. Pero de estos hostiles arranques de
almas adustas y misantrópicas han encontrado las mujeres solemnes é
innumerables desagravios. El más grande é ilustre de todos cuantos
ofrece la literatura, es el de La Divina Comedia, que hace de Beatriz
el emblema de la doctrina santa, y la coloca en el cielo al lado de la
Trinidad.
En España han tenido tambien las mujeres acerbos detractores;
pero han triunfado siempre de ellos la ilusion del amor y el noble y
tierno sentimiento de la galantería caballeresca. Si, todavía dentro de
la Edad Media, hubo entre nosotros imitadores de la procaz sátira de
Boccacio contra las mujeres, titulada Il Corvaccio, entonces mismo y
siempre se han levantado en favor de ellas insignes adalides; los unos,
empleando las armas de la poesía, como Luis Hurtado de Toledo en
sus Trescientas ó Triunfo de Virtudes; los otros, echando en la lucha el
peso de la erudicion, como D. Alvaro de Luna en su Libro de las virtuosas
ó claras Mujeres, y Cristóbal de Acosta en su Tratado en loor de
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las Mujeres. Pero ninguno ha pintado con más llaneza y más verdad
que Torres Naharro, y muy ántes que Calderon y los demás grandes
dramáticos españoles del siglo de oro idealizasen este sentimiento,
el noble respeto que profesaban á la mujer los antiguos españoles
Así dice Torres Naharro en la comedia Jacinta:
Mueran en malas batallas
Los puercos, sacos de menguas,
Que en mujeres ponen lenguas,
Debiendo en àntes cortallas.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Nuestras virtudes hallamos
Ser las que aprendemos dellas;
Sus maldades son aquéllas
Que vosotros les mostramos.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Qué gloria de nuestra pena!
¡Qué alivio de nuestro afan!
Sin duda no hay cosa buena
Donde mujeres no van.
La gente sin capitan
Es la casa sin mujer,
Y sin ella es el placer
Como la mesa sin pan.
¿Consistirá la divergencia suma de opinion que hemos señalado,
en que las mujeres sean entre sí de tan vária y diferente condicion,
que no sea dable encontrar unidad moral en ellas, y haya que sospechar
que así sus encomiadores entusiastas como sus ásperos enemigos
puedan respectivamente tener razon? No es esta hipótesis admisible.
Las mujeres, aunque no sea difícil encontrar entre ellas accidentales y
no leves diferencias, tienen un fondo comun, constante y uniforme,
que no puede ocultarse á quien las juzgue sin apasionadas prevenciones,
y con el benévolo espíritu que merecen. Son como las flores,
los árboles, las rocas y tantas otras cosas de una misma especie, entre
las cuales, á pesar de ser de igual índole y esencia, no se hallan
dos idénticas. ¿Quién no ha comparado involuntariamente las rosas
de un jardin ó las hojas sin número de un robledal ó de un castaño?
¿Quién no ha advertido con asombro y admiracion, como una de las
mayores maravillas de la creacion, que cosas que se asemejan tanto,
se asemejan tan poco?
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II
La semejanza entre las mujeres la explica todo el mundo, porque
se limita á las circunstancias generales de la raza humana, cuya unidad
absoluta tanto se afanan por demostrar científicamente profundos pensadores
en nuestros dias. Lo difícil es explicar las diferencias, y no
las diferencias individuales que nacen del temperamento ó del capricho,
porque éstas, bien miradas, son asimismo achaque ó perfeccion
de todas las mujeres de la tierra. Mayor ó menor grado de ternura
maternal, de coquetismo, de índole antojadiza, por ejemplo, son cualidades
accidentales, que lo mismo se advierten en la dama británica,
de ebúrnea tez y dorados cabellos, que en la más atezada negra de
Angola ó de Loanda. Las diferencias que no se explican fácilmente
son aquellas que toman carácter fijo y peculiar en comarcas determinadas,
y dan á cada pueblo, en costumbres, en idioma, en espíritu, y
hasta en rostro, en modales y en acento, una fisonomía primitiva, y
como un molde comun, que divide etnológicamente al linaje humano
en naciones y en provincias diversas.
Para comprender y explicar estas diferencias, no basta el estudio
contemporáneo. Lo presente está siempre lleno de problemas y confusiones,
en que solo creen ver la luz los inadvertidos. El exámen
histórico es la única senda por donde puede llegarse al descubrimiento
de una parte siquiera de la verdad. Lo pasado explica lo presente.
Hoy dia, ni aun las ciencias naturales, esencialmente observadoras y
clasificadoras, se contentan con lo que ven. La historia natural era ántes
descripcion, y hoy es historia. Al mundo geológico y al mundo
vegetal se aplica ahora el espíritu histórico, del mismo modo que á
los anales civiles de los Estados. Los naturalistas filósofos no se atreven
á explicar ni las gigantescas cumbres de los Alpes, ni sus hielos,
ni sus vertientes, ni sus flores, sin estudiar ántes los misterios
remotos de su historia.
¿Cómo, pues, explicar las cualidades esenciales y distintivas de la
mujer guipuzcoana, sin preguntar á su raza: «¿De dónde vienes? ¿Quiénes
son tus antepasados? ¿Quiénes tus deudos y tus afines primitivos?
¿Naciste en el suelo que ahora ocupas, ó has venido, errante y peregrina,
desde regiones apartadas?» Pero es el caso que esta importante
genealogía, que ántes se pedia á los Príncipes y ahora se pide, no solo
á los pueblos, sino á las yerbas y á los insectos, no existe clara y lu—
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minosa respecto á la noble raza guipuzcoana. Es tan remoto su orígen,
y tan corto el alcance óptico de la historia humana, que solo
se ven tenebrosas conjeturas en el fondo de algunos siglos.
Varios escritores han advertido las contradicciones en que incurren
Ptolomeo, Estrabon, Pomponio Mela, Plinio y otros, acerca de
la situacion y del número y nombre de los pueblos de Cantabria, y
de los de la raza vasca ó ibera primitiva, Autrigonia, Caristia y Vardulia.
Acerca de la extension de la antigua Cantabria se ha discutido
mucho, concediendo el Padre Florez que llegaba hasta el rio de Bilbao.
Muchos juzgan que por conquista ó por natural analogía de territorio,
de costumbres y de necesidades políticas, la Cantabria ó
Canta ibria (la Iberia alta ó montañosa) llegó á fundirse con los pueblos
que hoy constituyen el pais vascongado español y francés, contra
los cuales habia peleado á veces con la ojeriza que nace fácilmente
entre pueblos vecinos. En las memorables ocasiones en que un enemigo
comun amenazaba su independencia, sus tradiciones y sus costumbres,
levantábanse unidos, demostrando en un grado que rayaba
en ferocidad, la braveza nativa, la heróica altivéz, la indomable entereza,
que eran las cualidades distintivas de todos estos bárbaros de la
costa, como los llaman alguna vez los autores antiguos. (I) En estas
razas ibéricas é ibero-célticas, encastilladas en sus fragosas breñas, el
amor pátrio no era solo un sentimiento noble y robusto, como en las
naciones civilizadas: era una pasion, ciega y sublime, que rayaba en
frenesí. En la guerra, terrible y desigual, que sostuvieron durante cinco
años contra las formidables y numerosas legiones de Augusto, se
desplegó con el más recio carácter este impulso soberano que avasallaba
el alma de aquellos admirables bárbaros. La arrogancia del vencido
sobrepujaba á la del vencedor. En el suplicio de la cruz y de la
horca, ó espirando arrollados por la sangrienta segur de los romanos,
los várdulos (guipuzcoanos), así como los astures, los cántabros, los autrigones,
los caristios y los vascones, entonaban himnos de entusiasmo
guerrero, cual si solemnizasen su propia victoria, y denostaban á sus
enemigos, como para humillar con la gloria del martirio la soberbia
romana. (2)
No era el ímpetu varonil la fuente exclusiva de aquella maravillo-
(1) Los romanos llegaron á comprender todos estos pueblos montañosos en
la denominacion general de Cantabria; así habia cántabros-várdulos, cántabros-
autrigones, etc.
(2) Estrabon, Plutarco, etc.
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sa constancia. La influencia poderosa de la mujer entraba por mucho
en aquellos prodigios de energía moral. No eran aquellas impetuosas
montañesas las mujeres, civilmente humilladas, de los griegos y de los
romanos. Las razas ibérica y céltica habian traido del Hebro de la antigua
Tracia (hoy el Maritza), del Dníper y del Danubio, usos y principios
relativos á la condicion civil y social de la mujer, muy diferentes
de los que habia creado la civilizacion pagana. No era la mujer, para
los montañeses de las costas cantábricas, un objeto de lujo ó de placer,
como entre griegos y romanos. Era un sér esencial y respetado en aquella
existencia agrícola y guerrera, y tenia obligaciones y derechos que
robustecian su ánimo y le infundian varonil fortaleza. El hombre era
guerrero y nada más. En la mujer recaía el grave peso del sostén de
la familia, y representaba y poseía los intereses económicos del hogar.
Ella sola heredaba, ella cultivaba los campos y apacentaba los ganados,
y ejercía sobre el hombre cierto imperio doméstico. Durante las
guerras en que los montañeses rechazaban la opresion latina, el temple
de las mujeres estaba al nivel del heroismo feróz de los hombres. Mataban
á sus hijos, por no verlos caer en la servidumbre extranjera.
EL MARQUÉS DE VALMAR.
(Se continuará.)
BIBLIOGRAFÍA EUSKARA.
ORREAGA, (RONCESVALLES.)
Balada escrita en dialecto guipuzcoano, por D. Arturo Campion. Acompañada
de versiones á los dialectos bizcaino, labortano y suletino, y de diez y ocho
variedades dialectales de la region bascongada de Nabarra, desde Olazagutia
hasta el Roncal, precedida de una introduccion y seguida de observaciones
gramaticales y léxicas.—Pamplona, imprenta y librería de Joaquin Lorda,
Mercaderes, núm. 19. 1880.—En 4.º de 136 páginas.—Precio, 4 pesetas.
Ocurre respecto á la lengua euskara un fenómeno singular, y es el
de que, calificada como ha sido casi constantemente de dialecto, se ha
creido, sin duda, por la generalidad, que, como sucede con el catalán
ó el gallego, que participan grandemente de la lengua castellana, había
de ser entendida sin necesidad de ser aprendida: y de ahí traen su
orígen las perpétuas diatribas y los motes de jerga, lengua bárbara,
LA MUJER DE GUIPÚZCOA.
(CONTINUACION.)
Que es un pueblo autóctono de antiquísimo origen, ya podia inferirse
de la concentracion poderosa y sin igual de su lengua y de sus
costumbres. Hoy no se contentan los eruditos con estudios comparativos
entre el vascuence y las antiguas lenguas orientales1 y entre las
creencias de los antiguos euskaros y las de los pueblos primitivos; 2 se
afanan los sábios para explicar el orígen de los iberos occidentales,
en fijar los caractéres físicos de los vascongados. Merced á la actividad
del doctor Velasco, mas de cincuenta cráneos sacados de un cementerio
antiguo de Zaráuz, han sido llevados á la Sociedad de Antropología
de Paris. Allí los etnologistas han reconocido que estos cráneos
ibéricos son dolicocéfalos, esto es, de cabeza larga, como las de los germanos,
los escandinavos y los celtas; difieren de estos en la forma,
porque tienen mayor anchura en la parte occipital, mientras que los
cráneos de origen ariano tienen mayor desarrollo en la parte frontal;
la cavidad total es mayor que en cualquiera otra raza; la línea facial
es, por su rectitud, superior en belleza á todas las demás. Los cráneos
de Zaráuz pertenecen, pues, á una raza autóctona distinta.3
(1) H. de Charencey, La Langue basque et les idiomes de l’Oural, 1866.
(2) E. Cordier, Croyances des anciens basques, 1867.
(3) Mr. Broca, Bulletin et Mémoires de la Societé d'Anthropologie de Paris.
EUSKAL-ERRIA 13.
—214—
III
¿Cuáles son, pues, segun su historia, las cualidades peculiares de
esta raza, las que constituyen su originalidad moral autonómica, y le
dán una fisonomía especial que resiste al ímpetu transformador del
tiempo y de las vicisitudes históricas?
La tenacidad en los principios y en los propósitos.
El amor á lo natural y á lo sencillo.
La conciencia, no apocada y movediza, como en algunas razas
ardorosas, sino constante, animosa y serena.
El amor á la libertad; no la engañosa libertad que declama y oprime,
sino la santa libertad que respeta los derechos, que cumple los
deberes, que ensalza lo sagrado, que venera lo venerable.
La adhesion apasionada é inalterable à sus montañas, á sus gentes,
á sus costumbres, á sus tradiciones legales.
«Antes les quitareis la cabeza que la boina», decía con naturalidad
expresiva un Diputado vascongado, hablando de sus paisanos, en las
Córtes de 1839. Los conocía bien. Los várdulos y vascones que pintan
los escritores griegos y latinos, son casi los mismos de ahora:
activos, sóbrios, sencillos en su hogar, aficionados á los ejercicios
corporales, constantes en todo.1 Por eso ofrecen el admirable fenómeno
sócial de ser acaso el único pueblo del mundo que no desea hoy
cambios en sus instituciones antiguas.
Los vascongados adoraban à un Dios único desde los tiempos más
remotos.2 Todo el seductor aparato del politeismo, toda la fuerza propagadora
de las grandes civilizaciones antiguas, no alcanzaron á apartarlos
de la sencilla fé primitiva. Ni siquiera una inscripcion romana
se ha encontrado en Guipúzcoa. Sólo á la entrada de Vizcaya se han
encontrado algunas, pero ninguna en su interior. 3
Pero nada podia dar más cabal idea de la perseverancia prodigiosa
de los guipuzcoanos (en esta parte igual á los demás vascongados),
que la conservacion de su idioma. Una lengua tan tenáz, es la mayor
prueba del apego de un pueblo á su nacionalidad primordial. A esta
lengua, que lleva ya de existencia conocida no mucho menos de cuarenta
siglos, no se le encuentra hermandad con ninguno de los idio-
(1) Estrabon, Plinio, Séneca. etc.
(2) Estrabon, Rer. geograph., lib. III.
(3) D. Juan Antonio Moguel, Párroco de Marquina, Disertacion, etc.
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mas antiguos,1 como tampoco se les encuentra parentesco con otras
razas á los aborígenes que aún hablan el euskaro. El desden con que
Mariana y otros hablaron del vascuence, produjo una reaccion en favor
de este primoroso idioma, cuya extraordinaria importancia histórica
y lingüística fué desde luego reconocida. Aldrete, con testimonio
de Plinio y otros, declara que los iberos españoles fueron los
fundadores de Roma. Despues los abates Masdeu y Hervás, y el cura
Moguel, y muchos otros, confirman el hecho, y demuestran que hay
rastros visibles del idioma euskaro en la isla de Cerdeña, en la Liguria,
en el Lacio, en Sicilia. 2
Larramendi, Erro, Astarloa, Henao, d Arrigol, y tantos otros escritores
aficionados al estudio del vascuence, han hecho comprender
la alta importancia histórica y filológica de este misterioso idioma,
que describe casi siempre lo que nombra, que posee tal flexibilidad
que embebe en los verbos número, género y pronombres, y que no
cede á ningun otro en la abundancia de onomatopeyas.3
El estudio del Baron de Humboldt sobre el vascuence, publicado
en 1817,4 y sus investigaciones sobre los primeros habitantes de España,
5 contribuyeron á llamar la atencion de Europa sobre la luz que
(1) No tiene analogía con ninguno de los idiomas céltico, griego, romano y
otros. Dudábase de sus afinidades con la lengua cartaginesa, hija de la fenicia.
pero se desvaneció esta ilusion al intentar explicar por medio del vascuence los
famosos diez versos púnicos del quinto acto del Poenulus de Plauto, versos
que nadie ha logrado entender. (Véase lo que acerca de esta tentativa de interpretacion
refiere Mr. de l'Ecluse en su Grammaire basque, pág. 9.)
(2) Hervás, en su Catalogo delle lingue conosciute publicó una copiosa lista
de vocablos de Italia que tienen origen vascongado. De voces vasco-latinas
pondremos aquí los siguientes ejemplos:
ROMA: de er, pueblo, y oma, collados, (pueblo en collados).
LIGURIA: de ligor-uria, tierra árida.
ARROGANS: de arro-gan. altivo en demasía.
ASTUTUS: de astúa, adivino.
HORROR: de orróa, bramido espantoso.
INSULA: de ins, mar, y ulia, poblacion.
Etcétera.
(3) Erro, en su libro El Mundo primitivo, exclama entusiasmado con el
vascuence, que supone anterior á la torre de Babel: «El idioma primitivo no
puede ser otro que aquel que justifique su inmediata filiacion de la naturaleza.»
(4) En la obra del sábio aleman Adelung, titulada: Mitridates ó Cuadro
universal de las lenguas, con el Padre-nuestro en quiniéntos idiomas.
(5) Prüfung der Untersuchungen über díe Urbewohner Hispaniens vermittelst
der Vaskíschen Sprache. Berlin. 1821,
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derrama en la Historia la etimología de los nombres geográficos, haciendo
notar que innumerables poblaciones, rios y montañas del suelo
español, son de origen euskaro. Grande autoridad dió á la teoría y
á las doctas observaciones el claro nombre del escritor prusiano, pero
no es justo olvidar que, así en la teoría como en la evidencia de los
hechos, tuvo Humboldt un precursor guipuzcoano, muy digno de
conmemoracion y aun de estudio.1
Pero toda la importancia filológica y etnológica del vascuence se
eclipsa ante el hecho maravilloso de su existencia misma en la era
presente. Es un milagro de consistencia autonómica, que no tiene
igual en la historia del mundo. Los idiomas griego y latino, nacidos
despues que el vascuence, sostenidos por civilizaciones vigorosas, depurados
y ennoblecidos por el arte, la ciencia, la filosofía y la literatura,
sólo viven, há muchos años, en sus expléndidas creaciones intelectuales;
y la lengua euskara, sin monumentos literarios, sin arte,
hasta sin gramática, y combatida siempre por civilizaciones llenas de
vitalidad y de gloria, permanece en las pobres caserías de algunas
montañas, despues de tantos siglos 2 y de tan gigantescas vicisitudes,
como el eco perdido de una civilizacion miseriosa que se ha borrado
de la memoria de los hombres.
IV
Todas las expresadas cualidades se hermanan; pero la que prepondera,
porque abarca y da vida á las demás, es la consistencia de las
ideas, la obstinacion. Pero esta obstinacion no es la terquedad genial
é irreflexiva que se atribuye á los aragoneses, y que se ha hecho proverbial
en España; terquedad arrogante, que blasona de sí mismo, y
nace por lo comun de un simple antojo ó de un mero impulso del
amor propio. La obstinacion guipuzcoana, en el hombre y en la mujer,
es una fuerza del alma, reflexiva y constante, que se aplica únicamente
á un sentimiento, á una conviccion, ó á un deseo intenso
y duradero.
En toda la historia de Guipúzcoa, en toda la gloria de sus perso-
(1) Dos siglos ántes el Oidor D. Baltasar de Echave publicó en Méjico, 1606,
su curioso libro, Discursos de la antigüedad de la Lengua cantabro-vascongada.
En él domina el mismo principio que en la obra de Humboldt.
(2) Estrabon afirma que en su tiempo había en España monumentos que tenían
unos seis mil años de antigüedad. Rer. geohraph., libro III.
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majes ilustres, domina esta cualidad moral. Echando una ojeada á las
celebridades de esta pequeña pero privilegiada Provincia, se vé desde
luego que ha resplandecido siempre, no por los grandes ingénios,
sino por los grandes caractéres. La entereza, la perseverancia hasta el
heroismo, la obstinacion de buena ley, esas han sido siempre las
fuentes en que han bebido su noble espíritu los grandes hombres de
Guipúzcoa. En el glorioso cuadro: pocos escritores, apénas algunos
poetas de segundo órden; historiadores, como Garibay, y Zuaznabar,
puntuales en los hechos, pero sin imaginacion ni elocuencia; ni un
solo artista eminente, pero en cambio, ¡qué expléndida corona de
sábios Cardenales y Prelados, de prudentes estadistas y diplomáticos,
de mártires, de ilustres capitanes, y sobre todo, de inmortales hombres
de mar!
En Guipúzcoa se muestra históricamente lógica la naturaleza. Sus
hijos sobresalen desde las épocas más apartadas, en aquellas empresas
y carreras en que la noble obstinacion en lo grande y lo bueno, es
la primera condicion del éxito. No hablaremos de los guerreros, los
cuales, desde Amador de Lazcano, que acaudilló á los guipuzcoanos
en la batalla del Salado, y Martin de Yurreamendi, que capitaneó
igualmente á los tercios de Guipúzcoa en la conquista de Granada,
hasta el Zumalacarregui de nuestros dias, han demostrado siempre,
como prenda típica, espíritu firme y constante. Nos ocurre, sin embargo,
mencionar, como dechado de perseverancia, al Maestre de
campo D. Francisco de Esteibar, natural de Mondragon, el cual, al
frente de las tropas españolas de mar y tierra, estuvo guerreando en
Filipinas contra los chinos y los ingleses por espacio de mas de veinticinco
años.
Pero la carrera en la cual se señala con mayor evidencia esa pertinacia
indomable y heróica, que ni el tiempo fatiga, ni la injusticia
arredra, ni los reveses desalientan, es el ejercicio de las empresas de
mar. Este fué el verdadero campo de gloria de los guipuzcoanos.
Ellos, en la Edad Media, contribuyeron con sus galeras, al mando
del Almirante Bonifax, á la conquista de Sevilla, y un siglo despues
ayudaron igualmente á la toma de Algeciras por Alfonso XI. Tambien
en aquella remota edad fueron los más audaces pescadores de
ballenas; descubrieron la isla de Terranova,1 y tuvieron á raya á la
(1) Uno de los puertos de la isla tomó el nombre de Echaide-Portu, de su
descubridor Juan Echaide, de San Sebastian.
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marina inglesa, que, establecida en la Guiena, era para los guipuzcoanos
molesta y peligrosa vecina. En tiempo de Felipe II, Guipúzcoa
sola dió al Estado más de la octava parte de las naves de alto
bordo que formaron la Invencible armada.
No podemos continuar esta digresion sobre la antigua gloria naval
de los guipuzcoanos, que aunque contribuye á caracterizar esta
activa y enérgica raza, nos desvía demasiado de nuestro principal objeto.
Basta recordar que la reducida provincia de Guipúzcoa ha dado
á la pátria innumerables navegantes y Generales de mar de alta valía,
y algunos tan eminentes y famosos como el adelantado Legazpi, conquistador
de las Islas Filipinas, y el intrépido D. Antonio Oquendo,
tan tenáz en sus combates, que en uno de ellos, amarrada su galera
capitana con la capitana enemiga, incendiadas ambas y destrozada;
las tripulaciones en el encarnizado abordaje, el Almirante holandés
Hanspater, convencido de la inflexibilidad del español, comprendió
que no habia término en aquel momento terrible, y no queriendo
rendirse á discrecion, se arrojó al mar. Solo Eibar ha producido cinco
ilustres Generales de mar, entre ellos dos Almirantes;1 Motrico,
cinco tambien, tres de ellos Almirantes.2
EL MARQUÉS DE VALMAR.
(Se continuará.)
(1) D. Antonio de Isasi Idiaquez, D. Lorenzo de Eguiguren, D. Juan Lopez
de Arichulueta, D. Martin de Orbea, y el conocido comunmente con el nombre
de el Capitan Albizuri.
(2) D. Miguel de Vidazabal, D. Juan de Iturriza, D. Juan de Guillistegui Berriatúa,
D. Antonio de Gastañaga é Iturribalzaga, y D. Cosme de Churruca.
LA MUJER DE GUIPUZCOA
(CONTINUACION.)
Pero hay dos caractéres que eclipsan á todos los demás, y son como
prototipos del inalterable vigor moral de los hijos de Guipúzcoa:
San Ignacio de Loyola y Sebastian de Elcano.
SAN IGNACIO DE LOYOLA, valiente soldado primero, y despues
místico fervoroso y caballeresco, concibió, con la doble fuerza de una
pasion y de una idea fija, la creacion de la Compañía de Jesús. Esta
Compañía ha dejado profundas huellas en la historia del mundo. Demuestra
la fuerza que puede cobrar un pensamiento dominante en el
cerebro de un guipuzcoano. Fué una maravilla histórica de la fé, y
acaso la obra mas diestra y mas firme de organizacion que han formado
los hombres.
SEBASTIAN DE ELCANO, llevó al último límite la difícil virtud de
la constancia humana. Fué el primero que dió la vuelta al mundo.
Esto significa hoy una cosa hacedera y llana. En tiempo de Elcano
significaba un esfuerzo casi sobrehumano de abnegacion y de entereza.
Impávido en los peligros de la tierra y del mar, inquebrantable
ante los reveses, tormentas, enfermedades y desastres sin cuento de
una navegacion gigantesca y aventurera, el modesto marino de Guetaria
salió, con Hernando de Magallanes, de Sanlúcar de Barrameda
el 20 de Setiembre de 1519 en una flota de cinco buques.1 A las tres
(1) Elcano iba de maestre de la nave Concepcion.
EUSKAL-ERRIA 14.
—230—
años menos catorce dias, el 6 de Setiembre de 1522, arribaba Elcano
al mismo puerto de Sanlúcar, de vuelta de aquella inmortal expedicion,
con una sola nave casi destrozada, sin víveres y con solo diez y
siete españoles, enfermos, macilentos y desfallecidos, de los centenares
que habian formado la tripulacion de los cinco bajeles.1 Magallanes,
naves, tripulacion, todo habia perecido; pero todo lo habia
reemplazado el aliento heróico y perseverante de Elcano. Volvía solo,
pero habia dado la vuelta al mundo, y esto era un verdadero prodigio
de la ciencia y del esfuerzo humano, que abria inmenso campo al
espíritu emprendedor de Europa y al comercio del mundo.
Carlos V, que sentía grandemente las cosas grandes, llamó á Elcano
á Valladolid, le tributó alabanzas y mercedes, y le concedió que
en su escudo de armas usase por cimera el globo terrestre, con este
lema: Primus circumdedisti me. Los que desdeñan los blasones heráldicos,
no podrán negar que éste es de índole peregrina y poética y
que tales emblemas son padrones venerables y fuentes de nacional entusiasmo,
cuando legan, como el de Elcano, á la memoria de las gentes,
sublimes hechos y eminentes virtudes.
Ya General de mar, y al frente de una flota de siete buques, murió
Elcano en medio del Océano Pacífico; digna tumba de un hombre
que habia luchado toda su vida, tenáz y victorioso, con las ignoradas
distancias, con los azarosos contratiempos, y con la soledad de los
mares.
Llevados del interés del asunto, nos hemos detenido algun tanto
en determinar las prendas autonómicas de la raza, y en especial la
consistencia moral, que es su cualidad distintiva y preponderante; porque
en este punto la mujer es siempre lo que el hombre, con solo las
diferencias inherentes á las circunstancias peculiares de su sexo. En
bien ó en mal, cualquiera de las mujeres célebres de Guipúzcoa se
hace notar por la firmeza de sus resoluciones y por las consecuencias
prácticas, brillantes ó desastrosas, de la idea fija. La famosa Monja
Alférez, por ejemplo, tenia que ser necesariamente guipuzcoana para
haber podido realizar, durante muchos años, la inverosímil ficcion de
pasar por hombre, viviendo amenudo en el tumulto de los viajes y de
los campamentos. Doña Catalina de Erauso, hija de una familia no-
(1) Diez guipuzcoanos habian ido en la expedicion: uno, Juan de Elorriaga,
maestre de la nave San Antonio; dos eran de Deva, Domingo de Yarza y Martín
de Gárate. Ninguno de los diez volvió con Elcano.
—231—
ble de San Sebastian, que la destinaba á la profesion religiosa, se escapa
del claustro á la edad de quince años, con astucia infernal oculta
su sexo, y, ya paje, ya grumete, ya soldado, se sustrae en Europa y
en América á las diligentes investigaciones de sus padres desconsolados.
No la arrastraban impulsos de liviandad ni de amor: no dió indicio
de ellos en su vida. Era una naturaleza aviesa, seca, varonil,
incapáz de adhesion y ternura; una de esas personas del tercer sexo,
como donairosamente llama un escritor francés á estos marimachos,
segun el lenguaje de nuestros padres, ó á estas mujeres emancipadas,
con arreglo á la moderna jerigonza. Su monomanía, llevada á cabo
con toda la tenacidad guipuzcoana, era la independencia, pero una independencia
ciega, implacable, á lo Gil Blas, que no podia satisfacerse
sino viviendo, sin tregua, una vida de azares, de riesgos y aventuras.
Su figura, que hoy conocemos por el retrato que de ella hizo el
famoso Pacheco,1 la ayudaba á sostener su papel masculino. No era
fea, pero tenia expresion enérgica, sombría y obstinada, cabellos negros,
y modales resueltos y marciales. Podia pasar por uno de esos
barbilampiños, que no por serlo desmienten su varonil talante.2 No
prestamos gran fé, á pesar de haberse publicado en vida suya y á su
nombre, al libro titulado La Monja Alférez, de donde sacó Montalban,
en 1626, su comedia famosa del mismo título. A ser ciertas algunas
aventuras, como aquella en que, sin darse á conocer, vé impasible á
su afligida madre que oraba en una iglesia, tal vez por ella, y así mismo
la constante profesion de jugadora y perdonavidas, en la cual llegó
á cometer ocho ó nueve homicidios, entre ellos el de su propio
hermano, si bien de noche sin conocerle, la aventurera Catalina de
Erauso sería un mónstruo moral. Lo único que parece probado es que
esta mujer singular, no solo no conocia el miedo, tan natural en su
sexo, sino que en los momentos de peligro llegaba su arrojo al temple
de los héroes. En un encuentro con los indios de Chile, pujantes
éstos y osados en extremo, arrebataron la bandera de los españoles,
matando al Alférez que la llevaba. Catalina, seguida de otros dos soldados
de caballería, arremete á los indios. Perecen los dos soldados;
(1) De esta pintura se sacó el retrato litográfico que puso el Sr. D. Joaquin
María Ferrer al frente de la edicion que hizo en Paris, en 1829, de la Historia
de la Monja Alférez, publicada por primera vez en 1625.
(2) El horror que le inspiraba la idea de parecer mujer, la indujo, con riesgo
de su vida, al acto bárbaro de aniquilar sus pechos con unos emplastos corrosivos
que le ocasionaron agudos dolores.
—232—
ella, despues de dar muerte al cacique que habia cogido la bandera,
vuelve casi exánime, acribillada de heridas, pero con la bandera en la
mano. Aquel heróico soldado fué nombrado Alférez como galardon
de su hazaña. Cuando mas adelante llegó á saberse que el héroe de
Valdivia era una antigua novicia de un convento de San Sebastian,
su pátria, el asombro público fué grande, y entonces nació naturalmente
el dictado histórico La Monja Alférez. Vuelta á Europa, despues
de veinte años de residencia en América, el Rey Felipe IV y el
Papa Urbano VIII la recibieron con curiosidad y benevolencia. Ambos
le prodigaron consejos y mercedes.
Si no habláran de este sér extraño historiadores de autoridad,1 y no
se halláran consignados sus servicios militares en documentos auténticos
existentes en el Archivo de Indias de Sevilla, nadie podria creer
en la inverosímil existencia de esta mujer-soldado, que para la satisfaccion
tenáz de su ánimo obcecado y resuelto, se separa, en tan inusitada
y violenta manera, de los instintos y de los sentimientos naturales.
De otras guipuzcoanas podriamos hablar, las cuales, como Doña
María de Urazandi, natural de Zumarraga, abuela de D. Alvaro de
Luna, se han señalado por la cualidad predominante de la raza, esto
es, la voluntad incontrastable para el cumplimiento de los propósitos
arraigados. Pero no podemos menos de mencionar una desventurada
mujer, de quien todavía se conserva un recuerdo tradicional en Deva,
y cuya existencia está consignada en los anales de la Inquisicion y
en algunos libros históricos. Era una especie de saga maléfica, y formaba
parte de una sociedad de guipuzcoanos y vasco-franceses, que,
creyéndose brujos ó fingiendo serlo, se reunian en Aquelarre, y aterraban
con sus maleficios las comarcas por donde pasaban. Llegaron
á cometer delitos graves, y la mujer de Deva fué comprendida en el
proceso que mandó formar con este motivo la Inquisicion de Logroño.
La acusada declaró resueltamente que era bruja. El tribunal, deseoso
de salvarla de la pena en que habia incurrido como auxiliadora
de aquellos malhechores, hizo cuanto pudo para inducida á que declarase
que habia sido engañada, y que no habia tales brujerías. Fué
imposible lograrlo. La mujer se habia connaturalizado de tal, suerte
con aquel funesto y quimérico oficio, y su terca obcecacion habia
(1) Ovalle, Historia de Chile; Fúnes, Historia del Tucuman; Gil López de
Dávila, Historia de la vida y hechos de Felipe III, y otros.
—233—
subido á tan alto punto, que prefirió el suplicio á la rectificacion de
su error, y murió insistiendo, sin titubear, en que era bruja
Esta tradicion confirma lo que nos decia un antiguo Senador de
aquél territorio, que conocia á fondo á sus paisanas: «No hay nada
mas incontrastable en él mundo que la idea fija de una guipuzcoana.»
V
Del sentido moral de las guipuzcoanas, en cuanto se refiere á la
ternura del corazon, poco hay que decir; pero todo en alabanza suya.
Son honestas, no solo por instinto y por temperamento, que es poco
ardoroso, sino además, y muy principalmente, por el sentimiento religioso
que las domina, valladar robusto contra la seduccion. Hay,
sin embargo, para ellas un peligro grave: la sinceridad y constancia
de sus afectos, unidos á su índole candorosa y crédula. Muchas de las
que van á las grandes ciudades, y salen, por consiguiente, de la esfera
religiosa y doméstica en que han vivido, se extravían con facilidad,
más porque fían sándiamente en las engañosas palabras de los hombres,
que porque esperan lucro como ladinas y viciosas. Sea como
quiera, las severas costumbres de nuestros padres no consentían que
se confundiese en el mundo la inocente con la culpable. Las Ordenanzas
de Deva y muchos otros pueblos imponían á las solteras que
se deshonraban, la pena de llevar en la cabeza, en vez del pañuelo
blanco, señal comun de las doncellas, una toca de color verde.
En donde resplandece con luz y gloria, en que nadie las aventaja,
la virtud de las guipuzcoanas, es en la fidelidad conyugal. Aun aquellas
que no han sabido conservar intacta su pureza, pueden competir,
con las mas intachables desde que entran en el santo yugo. Un ilustrado
caballero guipuzcoano nos decia: «Varias muchachas de mi pais
he conocido, que habiendo llegado de solteras casi hasta la prostitucion,
han sido despues ejemplares casadas.»
Siente la mujer guipuzcoana, que hay en el matrimonio, como
base de la familia, algo imponente, irrevocable y sagrado, que levanta
su espíritu y acrisola sus costumbres. Verdad es que en la tierra
vascongada el adulterio se ha considerado siempre como un crimen
nefando, y tan raro ha debido ser en ella, que ¡cosa singular! no tiene
nombre en el idioma euskaro.
La mujer guipuzcoana, como su raza entera, no sabe ser ni burlona
ni escéptica; y si pierden con ello, la mujer y la raza, algo de lo
—234—
que se tiene por hechizo en las ociosas conversaciones mundanas, en
cambio, se preservan del afan movedizo y trastornador, del íntimo y
amargo descontento que agita, envenena y devora la sociedad moderna.
La guipuzcoana toma la vida por lo sério. Si siente el corazon poseido
del amor, este amor es una pasion firme y verdadera, que no
se explaya en ardorosas frases y en hiperbólicas protestas, pero que
segun dice la cancion popular:
No saldrá del alma,
Sin salir con ella.
Si no se siente enamorada, no engaña á los hombres con falsas
apariencias, ni convierte el amor en un juego de astucia y vanidad.
Si no hubiera habido en el mundo mas que guipuzcoanas, no habria
podido el gran poeta británico decir de la mujer: «Pérfida como las
ondas.» Pero por desgracia, el achaque femenil es antiguo, y no lo es
menos la linda imprecacion poética, pues la hemos encontrado casi
idéntica en el Satiricon de Petronio, y sabe Dios si será el poeta latino
el único á quien, ántes de Shakspeare, haya ocurrido la acusadora
comparacion.1
EL MARQUÉS DE VALMAR.
(Se continuará.)
(1) Por lo curioso de la coincidencia, copiamos aquí los versos de Petronio,
que están al fin de la donosa historia de la Matrona de Efeso:
Crede ratem ventis, animum ne crede puellis;
Namque est feminea tutior unda fide.
Podria traducirse así, en forma popular:
Dá al viento tu barco; el alma
A la mujer no has de dar;
Que es mas pérfido su pecho
Que las ondas de la mar.
LA MUJER DE GUIPÚZCOA
(CONTINUACION.)
Modelo de la firmeza en el amor, porque todo en ella es verdadero,
la guipuzcoana, léjos de entibiar su corazon con la ausencia, mas
acrisola y enardece su ternura, porque la mira entónces, no solo como
sentimiento, sino como deber moral. Para ella debió ser compuesta
aquella preciosa y conocida seguidilla, que sin saber cómo, ha pasado
de la poesía popular española á convertirse en una de las encopetadas
máximas del sagaz y adusto moralista La Rochefoucauld:
El amor que te tengo,
Parece sombra,
Cuanto mas apartado,
Mas cuerpo toma.
La ausencia es aire,
Que apaga el fuego chico,
Y enciende el grande.1
En cuanto á la belleza física de las guipuzcoanas, ya fué celebrada
por los escritores de la antigüedad. Admiraban en ellas la armonía de
las facciones y la estatuaria gallardía del cuerpo. No han degenerado
por cierto. Llaman todavía la atencion de los viajeros las hermosas
doncellas de Pasages, de Lezo, de Deva, de Fuenterrabia, de Motrico
y de otros pueblos, par lo comun de la costa, por su erguido talle y
su noble y natural continente. Caractéres distintivos de su belleza son
(1) «L’ absence diminue les médiocres passions et augmente les grandes.
comme le vent éteint les bougies et allume le feu.» (Máxima CCLXXXIX de La
Rochefoucauld.)
EUSKAL-ERRIA 15.
—246—
la serenidad de la expresion y la union feliz de la flexibilidad y la
fuerza. Algunas hay de rostro correcto y de elegantes líneas, que cuando
llevan, sobre el solqui,1 un cántaro de esbelta forma, nada tienen
que envidiar en gentileza á aquellas bellísimas mujeres de Caria, que
por llevar con gracia cargas en la cabeza, dieron idea y nombre á las
cariátides de la escultura griega.
Los caracteres principales del tipo general de la mujer guipuzcoana
son: tez blanca, pelo castaño oscuro como los ojos, frente despejada,
nariz aguileña, estatura alta, rostro ovalado, y formas desarrolladas
y abundosas. Por excepcion se hallan algunas de ojos azules y de
rubios cabellos; pero éstas nunca tienen el aire lánguido y soñador de
algunas mujeres septentrionales, que parece que están como asombradas
de hallarse en la humilde tierra que habitamos, y no piden á la
vida humana sino ilusiones y misterios. La guipuzcoana, aunque rubia,
es poco propensa á los arrobamientos misticos, y quiere las cosas
de la vida claras y definidas.
VI
La guipuzcoana en situaciones especiales.—En el caserío toma parte
en las faenas de los hombres.—Danzas populares.
La campesina guipuzcoana es la mujer genuina de la raza euskara;
perseverante en sus afectos, en sus costumbres y en sus deberes;
laboriosa; ingénua hasta la tosquedad; respetuosa sin afectacion con
sacerdotes, señores y ancianos, pero al mismo tiempo independiente
y libre como el viento de sus montañas. No es ni encogida, ni astuta,
ni pedigueña, ni maliciosa, como lo son, por lo comun, en mayor ó
menor grado, las aldeanas de otras provincias. Pone de manifiesto
su alma con toda la sencilla verdad de la naturaleza, y cifra únicamente
su grandeza moral en el sosiego de su conciencia.
En los caseríos apartados, donde no ha penetrado la triste civilizacion
del interés, ofrece á los forasteros con franca voluntad tortas,
leche y manzanas, y rehusa á todo trance el dinero, como un agravio
que mancharía su hospitalidad generosa. La sencilla dignidad y el
porte natural y sereno de las hijas de la antigua Vardulia nace de la
(1) Rodete almohadillado, á veces de varios colores, que se interpone entre
la cabeza y la carga.
—247—
conformidad característica de este pueblo con sus respectivas condiciones
sociales. La labradora guipuzcoana no imagina que ha nacido
para otra cosa sino para ayudar á sus padres y á su esposo en sus faenas
agrícolas, y para cumplir con fidelidad en la tierra los preceptos
divinos, Realzando, sin saberlo, su alma con esta intuicion feliz de la
fiiosofia cristiana, ni envidia ni desprecia las brillantes galas de las
damas aristócratas, y no cambiaría su rústico albergue, que encierra
su ventura presente y la paz de su porvenir, por todos los prestigios
del esplendor mundano.
La educacion literaria de la aldeana no es, por cierto, extensa ni
ambiciosa. Ahora allí todas las jóvenes saben leer y escribir; pero no
sería fácil encontrar en un caserio guipuzcoano más libro que el Catecismo
de la Doctrina Cristiana, un modesto libro de Misa, y á veces
alguna parte de la Biblia en vascuence, de D. Francisco Ignacio de
Lardizábal, ó leyendas y cantares indígenas, tambien en idioma vascongado,
de Iztueta, del P. Domingo de Meagher, ó algun otro de
los escasos poetas y amenos prosadores que ha producido esta raza,
más aventajada en las glorias prácticas que en las artes de la imaginacion.
Por maravilla se encuentra tambien, como perdida en el arca ó
en el armario de algun casero, y más como homenaje á los recuerdos
de la tierra que como libro de instruccion, la curiosa obra: Suma de
las cosas cantábricas y guipuzcoanas, de Juan Martinez de Zaldivia. Escaso
es el número de estos libros, pero ¿qué mas necesitan aquellas
mujeres honradas, que pasan su vida en sus pintorescos valles y en
sus breñosas cumbres, como engolfadas en la creacion? Esos libros
bastan á sustentar en su pecho la idea de la Providencia, el fervor de
la pátria y el temor de Dios, fundamento de toda humana sabiduría.
Ser buenas es para ellas más importante que ser sábias. Y en verdad
que ser puras, pacientes y hacendosas en su casa, natural esfera de la
mujer, es saberlo todo. La ilustre escritora finlandesa, Federica Brémer,
á quien tuvo la honra de conocer el que esto escribe, solía decir
con razon: «Una madre que educa bien á sus hijos, hace más en favor
de la moral que todos los libros del mundo.»
Para formar cabal concepto de la labradora guipuzcoana es menester
contemplarla de cerca en su vida ordinaria. Lo mismo atiende
al cuidado de sus hijos que al manejo de la cocina y á las faenas del
campo. No tiene á ménos, como otras, ayudar á su padre ó á su
marido en sus afanes varoniles. Asi echa mano á la esteva, cómo al
dalle, á la hoz ó á la azada. Y no por eso es mas tosca que las demás,
—248—
ni amengua en su familia los miramientos que á la mujer se deben.
Vive todavía en ella aquel imperio moral que tanto asombro causaba
á Estrabon há mas de diez y ocho siglos. Ni aun en el Estado de
Kánsas, de la Confederacion anglo-americana, que es el pais donde
más influencia civil y doméstica ejerce hoy la mujer, se le otorga
tanta autoridad como aquella que disfrutaba, no há muchos siglos, en
algunos valles del territorio vascongado. En las juntas en que se deliberaba
acerca de graves intereses relativos al bien comun, las mujeres
tenían voz y voto, y á veces era seguido su acertado dictámen.1
Por lo demás; el empleo de la fuerza, de la agilidad y del tino,
no es en Guipúzcoa, ni para hombres ni para mujeres, motivo de
desprecio, ni indicio de social atraso, sino, por el contrario, de doble
bizarría. Las bateleras de Pasages, membrudas y briosas remadoras,
que compiten con los hombres en este duro y varonil ejercicio, y en
alegres regatas les han disputado alguna vez la palma del vigor y de
la destreza, nada hacen en ello que las ridiculice ó las humille, ántes
bien, en su apostura, en sus gentiles formas, en su perfil severo, que
recuerda los relieves romanos, parecen como un trasunto de las heróinas
de la antigüedad. Y en verdad que, cuando la ocasion se presenta,
su esforzado espíritu en nada desdice de su serena y animosa
apostura. La historia recuerda muchas veces la parte que las guipuzcoanas
han tomado siempre en las guerras de su pais, ayudando á
los hombres en sus bélicas faenas y arrostrando impávidas el peligro.
Mencionaremos únicamente, como ejemplo, el memorable encarnizado
asedio de Fuenterrabía, de 1638. Atacaron la plaza, por tierra,
el famoso Príncipe de Condé con un ejército numeroso, y, por mar,
el Arzobispo de Burdeos con una formidable escuadra. Muy pocos
eran los sitiados; pero inflamaba sus almas el fuego sublime de las
antiguas edades. Varias brechas abiertas, siete minas voladas, nueve
asaltos. Todo en balde. El ímpetu francés se estrellaba contra la entereza
guipuzcoana. Condé no podia comprender que sus aguerridas
y vencedoras huestes fuesen siempre contenidas y rechazadas en la
brecha misma por un puñado de soldados castellanos y dos compañías
de los tercios de Azpeitia y de Tolosa. Sesenta y nueve dias duró
el sitio, dando lugar á que acudiese con su ejército el Almirante
de Castilla, D. Juan Alonso Enriquez de Cabrera, el cual derrotó
(1) Así consta en crónicas locales. Véase el curioso libro de Mr. Eugéne
Cordier: Le Droit de famille aux Pyrénées.
—249—
completamente al gran Condé, que se retiró á Francia aceleradamente,
dejando en el campo alhajas, papeles, tiendas, bagajes, y cerca de
cuatro mil hombres entre muertos y prisioneros. En este cerco, el
más famoso, entre los muchos que cuentan los anales de Fuenterrabía,
acaso la gloria mayor corresponde á las mujeres. Ellas, con su intrepidéz
y su entusiasmo, hicieron subir al más alto punto el sentimiento
del patriotismo en el alma de los guerreros; ellas ayudaban á los hombres
á reparar la brecha, combatían con ellos y morían á su lado. Memoria
queda todavía en la ciudad de estas hazañas femeniles, en las
cuales se mostraron las guipuzcoanas gloriosas precursoras de las heroinas
de Zaragoza.
Los juegos, de fuerza y de destreza de los guipuzcoanos, probablemente
remota herencia de sus antepasados los iberos, el salto, la
lucha, la barra, la piedra colocada primero en la cabeza y arrojada
despues con ambas manos á gran distancia, las regatas, el juego marino
de los ánades, y por último, la pelota, en que los euskaros son
extremados, no denotan rudeza de costumbres, sino hábitos gimnásticos,
comunes á los pueblos de la montaña, y muy adecuados á las
razas activas y robustas. Corto alcance crítico tienen los que motejan
algunos de estos juegos de bárbaros y primitivos. Cobran los ejercicios
gimnásticos carácter poético en las tradiciones leyendarias de la
Edad Media, y aún señalan los vasco-franceses, en la áspera quebrada
de Afura, el sitio en que el famoso Roldan se entretenia arrojando,
á guisa de disco, las enormes piedras sueltas que allí abundan. La antigüedad
honraba y aplaudía grandemente los ejercicios de la fuerza y
de la habilidad. La culta Grecia creó dioses tutelares de los juegos
gímnicos (los Dioscuros), y Píndaro tomó por asunto de sus versos
sublimes juegos de fuerza y de brío, las carreras de los carros y la lucha
de los mancebos.
Las esbeltas doncellas guipuzcoanas no se desdeñan á veces, en
los dias de esparcimiento y regocijo, de ejercitarse, entre sí, en aquellos
de los citados juegos que caben en las circunstancias de su sexo;
y es, por cierto, gozoso espectáculo verlas correr en competencia por
las laderas, y aun luchar tambien por algunos momentos, siempre entre
inocentes risas y festiva algazara.
El baile es uno de los pocos honestos recreos que es dado gozar á
las jóvenes guipuzcoanas en el retiro de sus montañas. Los dias de
fiesta, en cualquier pintoresco ribazo, bailan con los mozos, ó unas
con otras cuando aquellos faltan, con la juguetona y franca alegría
—250—
que nacen de un corazon tranquilo y de una aficion verdadera. No
necesitan que una música melodiosa y sábia despierte su entusiasmo.
Este entusiasmo por el baile es ingénito en ellas, y les basta, para
darle rienda, los monótonos y no siempre apacibles sonidos del tamboril
y del flautin, éste de poca extension y alcance sonoro, en el cual
creen ver algunos aquel instrumento cantábrico que los romanos designaban
con el nombre de vasca tibia.
Esta aficion al baile, comun á los jóvenes de ambos sexos en todas
las naciones y en todas las edades, adquirió en Guipúzcoa, como
en casi todas las comarcas en que se habla la lengua euskara, un carácter
etnológico especial. Como en Grecia y otros pueblos de la antigüedad,
el baile tiene, entre los vascos, trazas, más que de un frívolo
recreo, de una institucion. El carácter grave ó belicoso asoma en
él todavía, á pesar de la degeneracion y decaimiento que acarrea el
curso de los tiempos. Treinta y seis danzas históricas y características
cuenta en Guipúzcoa el erudito D. Juan Ignacio de Iztueta en su
curioso libro sobre esta materia.1 El zorzico más parece ceremonia
que baile. No hablamos de la especie de fandango con que hoy dia
concluye; importacion andaluza que lo desnaturaliza y contradice. La
danza de las espadas, que durante una procesion fué bailada en San
Sebastian por cien mancebos el año de 1660, delante de Felipe IV, y
que en menor escala hemos visto ejecutar, en la villa de Deva, en
presencia de la reina D.ª Isabel II y su augusta familia, es una danza
guerrera que tiene el sello de la mas remota antigüedad. Más parece
combate que baile. Alguna vez, para conmemorar gloriosos hechos,
fundaban los guipuzcoanos una danza popular, como la llamada bordon
dantza, instituida para celebrar la famosa victoria de Beotivar, alcanzada
en 1321 por los guipuzcoanos sobre navarros y franceses. Aún
se baila anualmente, el 24 de Junio, en la villa de Lizarza.
EL MARQUÉS DE VALMAR.
(Se continuará.)
(1) Guipuzcoaco Dantza gogoangarrien condaira edo historia bere soñu
zar, etc. (Descripcion de los bailes de Guipúzcoa, é historia de su música, etc,)
Tres tomos, 1824, etc.
LA MUJER DE GUIPÚZCOA.
(CONTINUACION.)
Todo se transforma en el mundo, y en esta era de ferro-carriles y
de excursiones veraniegas, recibe terribles embates la inmovilidad autonómica
de los guipuzcoanos. Un poeta zumbon y malicioso, amigo
nuestro, que observaba en Guipúzcoa la introduccion sucesiva de ciertas
costumbres forasteras, decía donairosamente en una composicion
chistosa, titulada Arcacusua (la pulga):
Por el cancan se olvidará el zorzico,
Y modas de Paris habrá en Motrico.1
Modas de Paris las hay ya por desgracia. Es éste un contagio universal
de índole eminentemente pegadiza é inextinguible, que va acabando
en todas partes con los pintorescos trajes indígenas. Pero el
cancan no se introducirá nunca en Guipúzcoa. Requiere, para comprenderlo
y cultivarlo, una aptitud de monstruosa procacidad é insolente
desenvoltura de que, á Dios gracias, carece por completo aquella
raza digna y formal, que suele solemnizar con danzas graves ó marciales
las grandes festividades públicas.
Para dar idea de la casera guipuzcoana en el retiro de su hogar,
vamos á consignar aquí el recuerdo de una impresion, recibida no há
muchos años. Referir llana y fielmente la verdad, es, por lo comun,
la mejor de las descripciones.
En una hermosa tarde de verano paseábamos en compañía de un
ilustrado sacerdote del pais, por el profundo y enramado valle de Anzondo,
no léjos de Deva. Admirábamos la forma, gentil é imponente,
de las pintorescas colinas; los copudos y lozanos árboles; las abruptas
rocas que asoman de vez en cuando en medio de las laderas cultivadas;
los caseríos encaramados en los alcores ó escondidos en las quebradas;
el cultivo perfecto de los pequeños llanos, formados por la
(1) El Académico D. Juan Valera.
EUSKAL-ERRIA 16
—266—
prolija industria del labrador, que suben escalonados desde el fondo
del valle hasta la cima de los montes. A un molino de escasas dimensiones
daba movimiento un arroyo que, sonoro y precipitado, corre
en aquel escarpado terreno. Todo lo que alcanzaba la vista, daba indicio
de una comarca agrícola sosegada, próspera y laboriosa.
La serenidad nos parecía excesiva. No habíamos encontrado más
habitantes, en el largo espacio recorrido, que un anciano y un niño,
que en una altura estaban arando. Nos rodeaba un silencio profundo,
que aumentaba la soledad. Comuniqué la observacion á mi amigo,
y se sonrió al escucharla. Llegábamos en aquel momento delante
de un vasto caserío rodeado de gigantescos nogales. Allí reinaba
tambien el silencio. Sólo habia al extremo de una plazoleta cubierta
de yerba, que formaba como la entrada del caserío, una linda muchacha
de unos catorce años. Estaba ocupada en sacar de un horno gran
cantidad de manzanas asadas, que iba colocando en varias fuentes,
cual si estuviesen preparadas para un rústico festin.
Conocía el sacerdote á la casera, y subimos al piso principal. Cuál
fué nuestra sorpresa al ver que en una extensa sala habia como unas
cuarenta personas! Los hombres á un lado, las mujeres á otro. Todos
espadaban ó rastrillaban lino. Los más no hablaban, atentos al trabajo.
Los pocos que hablaban, lo hacían sosegadamente, sin descuidar un
solo instante su tarea. Tan patriarcal sosiego era en verdad para
causar maravilla á los que, como nosotros, estuviesen acostumbradós
al trato de las gentes meridionales. Ocurría á nuestra imaginacion
que aquella laboriosidad silenciosa era cosa imposible entre andaluces,
raza de suyo alegre, é irremediablemente gárrula y bulliciosa. Y no se
crea que el aspecto de aquella industriosa y bien disciplinada asamblea
era triste y sombrío. No cabe tristeza cuando se tiene, como
aquella gente tenia, sonrisa en los lábios y en, la mirada, paz en el
corazon, lozanía en el rostro y actividad en las manos.
La casera, que era mujer formal, afable y despejada, nos enseñó
los sencillos pero bien arreglados aposentos de su casa. En la alcoba,
casi tan grande como la sala, habia un torno de hilar y un telar. Hicimos
mil preguntas acerca de cuanto habíamos visto, y en las llanas
explicaciones de la labradora encontramos más sentido práctico de la
vida del pobre y más ciencia de la felicidad popular que en los enfáticos
y sonoros discursos de los declamadores y de los utopistas. Estos
quieren un imposible: improvisar costumbres con su arrogante y quimérica
ciencia. En el pobre valle de Anzondo, la ciencia social, de
—267—
sí propia ignorada, descansa en base menos deleznable: en las costumbres,
formadas por los siglos y por el sentimiento cristiano.
Aquellos rastrilladores de lino eran los habitantes del valle, que
venian á ayudar á sus vecinos. En dos dias despachaban un trabajo
en el cual habrian empleado mas de un mes los dos hombres que habia
en la familia, y ésto, desatendiendo las labores del campo. Aquel trabajo
era gratuito. Cada vecino traia un pan y un jarro de leche, como
parte de su comida. En la casa les daban un guisado de carne salada,
un potaje de legumbres secas, ó cualquiera otra cosa caliente y nutritiva,
y las manzanas asadas que habíamos visto al entrar. A la caida de
la tarde, terminado el trabajo, bailaban los mozos y las mozas en la
plazoleta. Entonces el anfitrion del caserío les repartia algun vino, que
aumentaba el campestre regocijo, y al empezar las sombras de la noche,
cada cual se retiraba satisfecho á su cercano albergue. Esta misma
escena se reproduce en cualquiera otra de las rústicas viviendas
del valle, siempre que en ella lo requiere alguna faena grave y costosa,
para cuyo apremiante desempeño no tienen los aldeanos ni tiempo
ni dinero.
Esta prestacion mútua y gratuita de trabajo personal, produce en
aquella comarca resultados admirables. El favorecido de un dia es el
tributario del dia siguiente; por donde, con este sistema de recíproco
auxilio y con los cambios que entre si hacen de sus reses y de sus
frutos, ha resuelto la gente de aquel valle el maravilloso problema de
vivir desahogadamente casi sin dinero. Así nos lo expresaba con alegre
semblante aquella inteligente y rústica patrona, enseñándonos su
vaca salada, sus jamones, y en su vasto armario, el repuesto de sábanas
finas y bastas, tejidas todas por sus manos. «Aqui, añadia, nuestros
maridos y nuestros hijos son, al mismo tiempo que labradores,
nuestros carpinteros y nuestros albañiles; el molino es de todos; de
manera que no gastamos mas dinero que el necesario para comprar
algunas ropas de lana, y para pagar la peseta al médico, lo cual hacemos
rara vez.» Esto último lo decia señalando á sus hijos, rollizos
muchachos que Dios bendecia, prodigándoles á manos llenas salud y
hermosura.
¡Y aquellas mujeres, que no leian periódicos ni novelas, ni habian
visto el teatro, ni salian de su valle mas que los dias de fiesta
para oir misa en la iglesia parroquial y rezar por el alma de sus amados
difuntos, arrodilladas sobre un paño negro (mancal), encima del
cual arde una cerilla gruesa rodeada de un pedazo de madera de cier—
268—
ta forma (pildimen), vivian, no resignadas, sino contentas con su
suerte, porque no daban entrada en su alma mas que á los deseos
cuya satisfaccion estaba en su mano! Tambien salen dos ó tres veces
al año á las romerías de los pueblos cercanos. Estas romerías son
las grandes diversiones de las muchachas guipuzcoanas, sus ilusiones
del año entero. La romería mas celebrada del pais es la del Santo
Crísto de Lezo, objeto á la vez, como todas, de devocion y de recreo.
Como estas diversiones son escasas, y las mozas llevan consigo la
alegria, nunca se aburren, como tan amenudo acontece á nuestras descontentadizas
damas aristocráticas en sus frecuentes y ostentosos bailes.
En materia de felicidad, lo absoluto está en el ánimo, y no en la
forma exterior y material de las cosas; y bien puede afirmarse que las
doncellas guipuzcoanas nada tienen que envidiar en esta parte al refinamiento
y al lujo. Probablemente, en su candoroso contento, sus
avellanas, sus tortas, su sagardúa y su chacolí, son, para su campestre
apetito, más sabrosos que el inevitable salmon, el jamon en dulce,
las chochas y los faisanes, para nuestros paladares saciados, exigentes
y melindrosos.
Mucho nos dió que pensar cuanto habíamos visto y oido en el caserío
de las colinas de Anzondo. Aquella simpática labradora, que,
por lo hacendosa y activa, nos había recordado la mujer fuerte del Libro
de los Proverbios, y por lo sesuda y autorizada, la mujer céltica
(germánica) de Plutarco,1 nos habia dado sin saberlo, con su instinto
certero de las cosas morales, una leccion profunda. Nos hizo comprender
que el pobre que cifra en el trabajo toda su actividad, y concentra
todo su corazon en la vida de la familia, logra los verdaderos
bienes de la tierra: la independencia moral, el sosiego y la dicha doméstica.
Aquella mujer adivinaba que toda la gente de su comarca,
sin codicia y sin ambicion, era feliz, porque allí llegaba solo un eco
perdido del tumulto humano, y que no es posible servir bien á dos amos:
Dios y el dinero.2
Tambien nos hizo comprender aquella casera guipuzcoana, que la
mujer, hasta en la condicion más humilde, hace una cosa sublime,
cuando con el ejemplo, con la palabra, con la dignidad y la moral entereza
que nacen de una conciencia limpia y serena, encamina al bien
á su familia, y sirve como de regulador y de espejo en los pensa-
(1) De las virtudes de las mujeres.
(2) Palabras del Salvador, (San Mateo, cap. VI.)
—269—
mientos y en las acciones del hogar. Nadie ha pintado con más poética
y sencilla elocuencia que Fray Luis de Leon, esta saludable y
trascendental influencia de la mujer cuerda y honrada. Nos arrastra
el deseo de copiar sus palabras:
«Como la luna llena, en las noches serenas, se goza rodeada y
acompañada de clarísimas lumbres, las cuales todas parece que avivan
sus luces en ella, y que la miran y reverencian; así la mujer buena
en su casa reina y resplandece, y convierte á sí juntamente los ojos y
los corazones de todos.»
VII
La aldeana en la ciudad.
Cuando la aldeana guipuzcoana sale de la soledad del caserío y reside
algun tiempo en ciudades ó en pueblos donde el comercio ó el
concurso de forasteros dá nuevo carácter á sus hábitos y más ensanche
á su vida, entonces (cosa inevitable), se modifica algun tanto su
sér moral, pero dentro siempre de las prendas peculiares de su índole
etnológica. El movimiento de los intereses comerciales del mundo
activo suele hacerla interesada en demasía, y á veces un tanto recelosa
de la buena fé de los demás. El interés personal, propio, ó la esperanza
de los goces mundanos, la mueven poco, porque es de suyo
sóbria y contenida. Lo que subyuga su alma y la hace extremar su
amor á la ganancia, es el interés de su familia, que es en la guipuzcoana
el móvil soberano. No se pára mucho á calcular si el precio que
señala al objeto es proporcionado á su valor verdadero, sino si puede
ó no obtenerlo de los compradores. Pero una vez fijado este precio,
es igual para todos; lo sostiene con inexorable voluntad, y no desciende
nunca á las astucias y á las retrecherías tan usadas en el comercio
por los ánimos corrompidos. El imperio sereno y la provechosa
laboriosidad del caserío toman aquí otra forma, pero en el fondo
son los mismos. La mujer lleva las cuentas, y aconseja al marido y al
padre los negocios, y no pocas veces viaja ella misma para hacer los
acopios. Y esto lo mismo las solteras que las casadas. Las anglo-americanas
no aventajan en independencia á las guipuzcoanas de las clases
populares, cuando se trata de algun objeto conveniente á los intereses
de la familia.
EL MARQUÉS DE VALMAR.
(Se concluirá.)
LA MUJER DE GUIPUZCOA.
VIII
La dama guipuzcoana en el baile y en el teatro.
( C O N C L U S I O N . )
La guipuzcoana, en las diversiones de la sociedad aristocrática de
Madrid, parece á primera vista que se confunde en el torbellino elegante
de las mujeres de todas las provincias; vistoso conjunto de gracia,
de belleza de artística cultura, que es gala y alegría de las naciones
civilizadas. Un observador que conozca á fondo la esencia y forma
de su carácter típico, podrá distinguir á la guipuzcoana, así por sus
peculiares prendas, como por aquellas de que carece, ó que no posee
en igual grado que otras españolas, nacidas de distintas razas y bajo
la influencia de diferente cielo. Ved en el teatro á una dama de Azpeitia
ó de Tolosa, ó de cualquier otro pueblo del territorio guipuzcoano.
Por mucho que embarguen su ánimo los engreimientos de la
toillete ó las ilusiones y las esperanzas del corazon, cuando se levanta
el telon y empiezan la declamacion, ó el canto, ó la visualidad coreográfica,
nunca siente, ni ménos afecta, aquella indiferencia con que
almas vanidosas, frívolas ó gastadas, reciben los encantos del arte.
La guipuzcoana jamás despoja su ánimo de la fé que emplea en todo,
y del fervor intenso con que busca en cualquiera de las situaciones
de la vida la verdad práctica y el objeto lógico y real de todas las
cosas. Otras mujeres olvidan la escena por cualquier cavilacion insignificante;
las hijas de las montañas de Guipúzcoa olvidan las femeni-
EUSKAL–ERRIA 17.
—286—
nas cavilaciones por mirar á la escena, y mirar á la escena con atencion
casi infantil, porque tal es el objeto principal que las lleva al
teatro.
En un baile es aún más visible la diferencia entre la guipuzcoana
y sus compatriotas de otras provincias. Carece en los movimientos de
aquella ondulosa languidéz, y en la palabra, de aquel donoso desenfado,
que son cautivadores atractivos en las mujeres andaluzas; tampoco
emplea en la conversacion la entereza un tanto áspera de la catalana;
ni tiene la sábia coquetería y el espíritu crítico de la madrileña; ni el
dulce y alhagador acento de la gallega; ni la insinuante y algo imperiosa
dialéctica de la montañesa ó de la castellana vieja; ni la mirada
absorbente, y no siempre sincera, de la valenciana; ni algunas otras
cualidades, buenas ó malas, que son distintivas de las demás mujeres
españolas. Las armas principales de la guipuzcoana, en el dificil trato
de lo que se llama el gran mundo, son su belleza de carácter clásico,
su noble continente, la expresion serena de sus ojos, que saben mirar
sin timidéz y sin audacia, y, sobre todo, su fisonomía abierta y apacible,
reflejo de un corazon sano y sincero, que ni aprecia ni necesita
los triunfos que se alcanzan con los artificios mundanos. Inspiran por
ello á quien las trata, fé en la amistad ó en el amor. Una señorita
guipuzcoana en un baile, no es, como un escritor ingenioso ha dicho
de las demás, «un abismo cubierto de flores». En las doncellas guipuzcoanas
no hay problema alguno. Son lo que son. Los que las aman
y las escogen para esposas, las hallan en la realidad, tal como las vieron
en los sueños de la ilusion. En esto ninguna otra las aventaja.
Cumplen fielmente las mudas promesas que habian dado el candor de
su rastro y la gentileza de su alma. Si, generalmente, son ménos artistas
por la imaginacion y ménos fascinadoras por la gracia, en cambio
saben dispensar á manos llenas la paz del hogar y la ventura de
la familia. No hacen pagar el embeleso de un momento con la desgracia
de la vida eterna.
IX
Reflexiones generales sobre la guipuzcoana.
Nosotros hemos tenido ocasion de observar en Guipúzcoa, no pocas
veces, que la obstinacion característica de la raza conduce à las
mujeres á una esfera moral elevada y segura, cuando van encaminadas
—287—
al bien por una educacion sana y religiosa. No obran, como algunos
suponen, movidas por las instigaciones de padres preocupados y voluntariosos.
Deciden de su vida y escogen la senda de su porvenir
con el espíritu libre y resuelto de su autonómica independencia. Las
guia, con raras excepciones, el sentimiento íntimo de sus deberes, y
se dejan llevar sin trégua y sin vacilaciones por la accion poderosa de
la intuicion moral. Tres doncellas guipuzcoanas hemos conocido en
los últimos años, que, dotadas de espíritu contemplativo y enemigas
del tumulto mundano, cifraron el ideal de su vida en la paz y en la
soledad del claustro. Todo las alhagaba en la tierra: el bienestar, la
hermosura, el amor de la familia, el aprecio y la admiracion de los
amigos. Nada bastó á apartarlas de su vocacion obstinada; ni las reflexiones
de personas graves y prudentes, ni los ruegos ni las lágrimas
de sus padres Demostraron á las claras que eran hijas de aquellas
montañas, donde la tenacidad es prenda nativa, que si alguna vez hace
extremar los propósitos, por lo comun, levanta y robustece el alma.
Si, como es más frecuente y más natural, prefieren constituir una
nueva familia con los lazos sagrados del matrimonio, entónces su alma
adquiere un asiento perfecto. Las guipuzcoanas no se casan alhagadas
por los sueños inquietadores del lujo, de la carroza y del teatro. Se
casan alhagadas y conmovidas por la dulce imágen del hogar, por la
ilusion de la ternura. Para ser felices no necesitan joyas, ni ostentosos
trajes, ni el vértigo de los festines, ni el incesante recreo de los espectáculos
públicos. Les basta gobernar su casa, criar y educar santamente
á sus hijos, amar á Dios, á su marido y á los pobres. Todo lo demás
les parece ocioso. No leen periódicos políticos, ni novelas malsanas
en que se glorifica el vicio y se pervierte la conciencia. El equilibrio
sereno y saludable de su espíritu y de su vida, es el sólido
fundamento de su ventura, que les parece verdadera, porque sienten
en ella la bendicion del cielo.
En suma, la guipuzcoana no es la mujer brillante que con su despejo,
su astucia y su ambiciosa fantasía, fascina y avasalla; no es tampoco
la mujer de imaginacion flexible é impetuosa, que produce las
mujeres políticas, las artistas inspiradas y las escritoras de fantástico
vuelo y de robusto temple. De suyo modestas y concentradas, podrán
escribir como Fernan Caballero y Federica Brémer, y acaso como Enriqueta
Becher Stowe, consagrándose á la defensa de la humanidad
ultrajada y de la virtud escarnecida; pero no serán nunca profundas
analizadoras como M.me de Staël, audaces propagandistas como Jorge
—288—
Sand, ni dramaturgas varoniles como Gertrúdis Gomez de Avellaneda.
La gloria de la guipuzcoana no resplandece, como la de éstas escritoras
ilustres, en el cielo ostentoso de la literatura y del arte. Es
ménos visible y luminosa, pero no ménos grande. Nunca se ostenta
por sí sola. Hay que descubrirla y comprenderla. Vive, inocente y retirada,
lo mismo en el caserío solitario de las alturas, que en el sencillo
palacio de los pueblos y en la pintoresca quinta de los valles. Es el
domi mansit lanam fecit (guardó la casa, hiló la lana) de los romanos,
pero sin la abyeccion pagana, esto es, con la dignidad de la mujer
honrada, con el amor y el respeto de todos, con el imperio del hogar.
La dama guipuzcoana no es ni sabionda, ni despreocupada, ni gazmoña,
ni heróina política, ni mujer de moda, ni indiferente, ni discutidora,
ni quejumbrosa, ni remilgada, ni fascinadora, ni presumida, ni
soñadora, ni romántica. Es sencillamente una mujer, en la significacion
mas bella que tiene esta palabra. Pura, recogida y serena, como
la lámpara de su oratorio, toma la vida humilde y resignada, tal como
la Providencia se la presenta, y sabe ser grave sin tristeza, y alegre
sin frivolidad. Se adivina en ella algo humano, vigoroso y verdadero,
que la preserva de la diestra afectacion y culta petulancia, tristes dones
en que estriba el éxito de algunas mujeres en la fantasmagoria
mundana.
A ninguna raza, y á muy pocas personas, es dado poseer con igual
fuerza y en perfecto equilibrio la imaginacion y la razon, la sensibilidad
y la fortaleza. En la guipuzcoana prepondera la razon, y con decir
esto, claro es que decimos que ha llevado la mejor parte en la
distribucion divina. Bello es, sin duda, poseer la fuerza de luz y de
expansion que produce en el mundo el rumor de la admiracion y los
triunfos del amor propio. Pero la guipuzcoana teme esos triunfos,
porque le dice su doble instinto que cada uno de ellos suele desvanecer
uno de los rayos de la aureola de pureza que Dios puso en la frente
de la mujer. Colocan su entendimiento en su corazon, segun la expresion
magnífica del cántico de la Virgen,1 y así comprenden que en la
vida de familia cabe el desarrollo de las más nobles facultades del alma
humana, y que todos los deleites de la vanidad satisfecha no son
comparables á la santa alegría que produce en aquella apacible esfera
el ejercicio de las virtudes evangélicas.
(1) Mente cordis sui. (MAGNIFICAT.)
—289—
Terminamos estas someras y desaliñadas observaciones sobre la
mujer guipuzcoana, declarando que es uno de los mas simpáticos y
admirables tipos que encierra la vária y fecunda tierra española. No
asombra ni deslumbra, porque ignora, por lo comun, el secreto de las
fascinaciones artificiales del gran mundo; su triunfo es más alto y más
trascendental: cautiva el alma de los buenos, porque sabe ser lo más
bello y lo más grande que hay en la tierra: el modelo de la mujer
cristiana, que hace de la familia un culto, y del hogar doméstico un
santuario.
EL MARQUÉS DE VALMAR.
GABON-KANTAC. (VILLANCICOS.)
JESUS-JAYO-BERRIARÍ.
LETRACHOA.
Zure arpegiya churi-gorriya,
Zure begiyac argiyac,
Zure espaiñchoac, zure eskuchoak
Danac dirate naiko-a,
Biyotzen billa zatozela zu
JESUS aur-chiki JAINKOA !
Urrez bigurra du ille kiskurra,
Lore-eder-salla masalla,
Belarri fiñac, lepo liraiñac,
Danac dirate naikoa,
Biyotzen billa zatozela zu,
JESUS aur-chiki JAINKOA !
Zure alboan dabiltza egoan
Aingeru anayac galayac,
Zeru-soñuac ain gozatsuac,
Danac dirate naikoa,
Biyotzen billa zatozela zu
JESUS aur-chiki JAINKOA!
Mundu-Egille ta izar-ereille
Zeru-Jabea etortzea
Aur-izatera gizon artera,
Danac dirate naikoa,
Biyotzen billa zatozela zu
JESUS aur-chiki JAINKOA!
Salbatzeagatic zeruetatic
Zatozkidana nigana,
Ama Birjiñac, gure Erregiñac,
Danac dirate naikoa,
Biyotzen billa zatozela zu
JESUS aur-chiki JAINKOA!
OSÉ GNACIO RANA.